Tuesday, November 9, 2010

LA SONRISA de Sofía


Por Ingacio Anaya Barriguete


El 7 de febrero de 2010 los alpinistas Sofía Salas, su padre José Salas y su compañero y amigo José Cedillo, sufrieron una caída mientras escalaban el Nevado de Toluca en el Estado de México. El accidente cobró la vida de Sofía, quien tenía 29 años.
Este relato, escrito por el alpinista tijuanense Ignacio Anaya, quien depositó las cenizas de Sofía en la cumbre del Everest, formará parte de un libro que publicará don José Salas en memoria de su hija; apasionada deportista, viajera incansable y gran mexicana.



El arribo a la cumbre del Pico de Orizaba nos había sorprendido en medio de fuertes ventarrones los que sin consideración nos impedían instalar la tienda de campaña. El buen Pepe Cedillo luchaba incansablemente para fijar las estacas en la nieve, hacer los correspondientes amarres y colocar el toldo. Mientras tanto, yo me daba a la tarea de meter nuestras mochilas a la tienda, buscando que con el peso de las mismas, la frágil estructura soportara los bruscos movimientos de la inclemente naturaleza, antes de salir disparada hacia mayores alturas envuelta en las fuertes ráfagas, que parecían no concedernos tregua. Era la tarde del sábado veintiuno de noviembre del año dos mil nueve. Las sombras de la noche no tardarían en envolvernos con su oscuro manto. Aun y cuando soportábamos las severas condiciones de la gran montana, no ocultábamos nuestra alegría. Habíamos logrado alcanzar aquella cumbre y pasaríamos la noche en el punto más alto de la República Mexicana. Dos inquietos amigos lográbamos nuestro cometido, alcanzábamos nuestra meta, cumplíamos la encomienda. Al día siguiente, llegarían durante la mañana los audaces alpinistas mexicanos, que en aquella trigésima segunda edición de la Convivencia Alpina anual organizada a instancias del Club Alpino Mexicano, habían decidido subir a la cumbre del Pico de Orizaba.

Las sombras de la noche no tardarían en envolvernos. Aun y cuando soportábamos las severas condiciones de la gran montaña, no ocultábamos nuestra alegría. Habíamos logrado alcanzar aquella cumbre y pasaríamos la noche en el punto más alto de la República Mexicana. Dos inquietos amigos lográbamos nuestro cometido, alcanzábamos nuestra meta, cumplíamos la encomienda.

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